jueves, mayo 25, 2006


Amigos/as: El pasado sábado 3 de diciembre continuamos con nuestros talleres de fotografía en Cerro de las Cuentas, pero no sin antes, el mismo sábado por la mañana, recorrer el pueblo para charlar con la gente y entregarles los programas del proyecto.
Tanto a Alejandro como a mí nos resultaba muy cómico que en cada casa que visitábamos, todos eran parientes de todos.
Por momentos disfrutábamos imaginando qué pensaría la gente al vernos deambular por el pueblo como si fuéramos misioneros de Testigos de Jehová llevando la palabra, y saludando diciendo "Dibujo con luz".
En algunos lugares nos miraban con cierta desconfianza, en otros poco les faltaba para invitarnos a almorzar, pero en todos lados dejaban lo que estaban haciendo para escucharnos, sin que importara el tiempo que estuviéramos.
No quedó ningún rinconcito del pueblo por recorrer. Hasta en la comisaría estuvimos predicando nuestra palabra. Allí nos recibió un funcionario robusto, bastante pelado y de cachetes muy colorados que tenía en sus manos un cuaderno muy arruinado con anotaciones, supongo que de cualquier cosa menos de denuncias.
Por la tarde, y después de comer un rico asadito de vaca hecho por mí -aunque un poco demorado, por cierto-, comimos una cremita de leche casera hecha por Robert, que aparte de trabajar para la Fundación participa del taller de fotografía junto con Mabel, su esposa, y Leticia, su hija.
De a poco, hacia las tres y media, por ese caminito zigzagueante comenzaron a llegar de a dos, de a tres, en moto y bicicleta, hasta la chacra de la Fundación Quebracho.
Cuando todos habían llegado empezamos a dar brevemente un repaso de las cosas que habíamos visto la semana anterior para luego aprender a colocar los rollos y establecer algunas reglas y recomendaciones antes de salir de cacería por el pueblo. Repetimos hasta el cansancio que en cada toma pusieran primero el ojo, luego el corazón y por último la mente, para lograr una fotografía que luego al verla en papel les emocionara hasta lo más profundo.
Ya divididos en tres equipos, dos de cinco personas y otro de seis, salimos rumbo al pueblo, peinando todo lo que se nos cruzaba y que fuera de interés para ellos: animales, casas, paisajes, vecinos, etcétera.
Al mirarlos sentíamos como si ellos fueran turistas en su propia tierra, redescubriendo su entorno y observándolo de manera diferente y con fascinación. Sin duda, la fotógrafa norteamericana Wendy Ewald no se equivocó cuando dijo que un fotógrafo no podía mostrar el lugar o sus habitantes por el solo hecho de ser ajeno, y por esto planteaba que no había nadie más indicado para ello que los mismos lugareños.
Recorriendo el pueblo y adentrándonos en la gente que allí vive fuimos descubriendo muchas más cosas de las que esperábamos encontrar. Pero lo más interesante fue todo lo que ellos fueron descubriendo de su propio lugar y su gente. Gente a la cual los más jóvenes jamás habían escuchado de esos personajes que aún hoy siguen viviendo y que están como esas cajitas de cartón, encerradas en sus casas, escondidas como fotos antiguas bien guardaditas en un armario esperando un día ser descubiertas por alguien.
Nos encontramos con Chiche, el hijo del último farolero del pueblo, fotógrafo y chatarrero de casi ochenta años de edad. Con sus pantalones grises pinzados y desgastados, atados con un cordón de hilo grueso mostrando en sus puntas un par de campanitas doradas. Con estirpe delgada y atlética, de voz apurada, ansiosa cuando contaba cosas de su pasado bien conservado.
Conversando con él desubrimos también que en una época, hace ya muchos años, él no sólo se dedicaba a la fotografía, sino que también proyectaba cine en un galponcito que tenía en su casa.
Con casi sesenta y pico de películas que todavía posee -aunque no muy bien conservadas- nos cuenta que acostumbraba a dar dos funciones en el día. Una matinée para niños y jóvenes, y otra para los mayores después de las nueve de la noche, de esas... medio subiditas de tono, como él agrega.
Cuenta que a veces tenía que poner un poco de orden y pedir que no conversaran, de lo contrario, y muy amablemente, les pedía a esos jóvenes que se retiraran.
Dice que entre sus títulos figuran películas como Porcel y sus bebotas, Las colegialas se divierten y El negro no puede. Sin contar las películas para niños como Lassie y Cantinflas.
Fue muy lindo llegar a ver a toda esa gente disfrutando de la cacería fotográfica. Un grupo por acá, otro por allá, aquel grupo que se había quedado en la comisaría charlando con uno de los agentes y que por esas cosas de la vida también había sido fotógrafo, según contaron los integrantes de uno de los grupos.
Ya de regreso a la Fundación, empachados de fotos e historias vividas a lo largo de la tarde, nos acomodamos para ver una película, pero no sin antes hacer correr por la sala pop y buñuelos hechos por Gladys, una integrante del taller.
La película era de origen iraní, se llamaba El color del paraíso de Majid Majidi. Contaba la historia de un niño ciego que tenía como únicos ojos sus manos y oídos. Una película cargadísima de emociones, con una fotografía excelente y de escaso diálogo, en donde el guión principal eran las mismas imágenes que iban construyendo esas historias tan simples y tan reales a la vez.
No fue al azar que elegimos esa película. Entre varios títulos que se nos ocurrió, fue este el que más nos gustó para comenzar con la proyección de películas una vez finalizados los talleres semanales. Otro título que consiferamos fue Tiempo de gitanos de Emir Kusturika, pero como en ese momento no se encontraba a disposición, nos quedamos con esta.
Buscamos siempre películas con alto contenido en emociones e imágenes y que se salgan de los títulos que acostumbramos a ver, provenientes de Hollywood.
Pese a que no se podía apreciar bien el audio debido a que el videograbador estaba un poco húmedo y hacía aparecer unas rayas persistentes debajo de la imagen, con un sonido de descarga que duró toda la película, se logró una muy buena atención y comprensión. No quiero saber cómo habría sido si hubiese funcionado bien.
Y bueno, entre mates, pop y buñuelos de la Gladys, fuimos terminando el taller de casi cinco horas de duración y dejando la expectativa del taller de la próxima semana junto con las fotos reveladas y una nueva película para ver y comentar.